Hoy son 20 años desde la última vez que viste a tu familia… En estos minutos estabas hablando con tu hija, con tu yerno, le diste una última mirada a tus nietas, le dedicaste unas palabras de consuelo a tu esposa, a la cual vi derramar en silencio unas cuantas lágrimas de nostalgia. Tus hermanos esperaban a que partieras sin desearlo realmente. Tus nietas no se dieron cuenta, pero ahora que son grandes, perciben el dolor y sienten grandes deseos de haberte conocido.
A veces me pregunto ¿Cómo hubiese sido mi vida si no te hubiera gustado tanto fumar? ¿O si el cáncer no te hubiera carcomido a tan temprana edad? Quizás sería más desinhibida, fumaría a tal grado que parecería chimenea, estaría viviendo en Osorno aún, tendría otra clase de intereses, me prestarías tu auto para recorrer toda la ciudad junto a mis amigos, y obvio, tú me hubieras enseñado a conducir. Serías como mi segundo padre, eso lo tengo claro. Mi madre sería una mujer totalmente distinta y mi hermana… ella sería un gran orgullo para ti. Pero la realidad es otra. Tú ya no estás aquí.
Me hablaste, me cargaste con tus hinchados brazos con la poca energía que te iba quedando, me besaste con absoluta ternura, pero yo no puedo recordar nada de eso, lo único que tengo de ti son tus fotografías donde te estás casando con Juana. Te veías tan guapo, siempre pensé que parecías actor de cine, de estos que salen en las películas en blanco y negro.
Te costó asumirlo, decías “¿Para qué me sacan tantas fotos con mis nietas? ¿Creen que me voy a morir?”. Y nadie te contradecía, porque al final, tu también eras conciente de lo que te sucedía.
Hoy dabas palabras de aliento a cada ser querido y especial para ti, entre lágrimas, arrepentimientos, perdones y secretos ocultos.
Ojalá estuvieras a mi lado, pero eso es imposible. Me conformo con que me visites en sueños y conversar contigo en ellos.
Te quiere, aunque no te haya conocido
Gabriela Pérez Casanova